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Adela Cortina
Orts (1947) |
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Doctora en filosofía. Es catedrática
de Filosofía Jurídica, Moral y política de la Universidad de
Valencia; como becaria de la DAAD y de la Alexander von Humboldt-Stiftung
profundizó estudios en las Universidades de Munich y Francfort.
Ha publicado, entre otros
trabajos, Razón comunicativa y responsabilidad solidaria (1985), Crítica
y utopía. La escuela de Frankfurt (1985), Ética mínima (1986), Ética
sin moral (1990), La moral del camaleón (1991), Ética aplicada y
democracia radical (1993) y la ética de la sociedad civil (1994)
El
desafío es que la ética llegue al poder
Por
Miquel Alberola
Adela Cortina Orts es una
activista de la ética, una mujer de acción que no se acomoda bajo el
toldo de su cátedra. Su agenda está llena de fechas de seminarios,
conferencias, debates y congresos, y en su ordenador siempre hay varios
artículos en marcha.
Llegó hasta la filosofía
pura para aplacar su interés por el ser humano, en una época en que
las alumnas eran un caso raro. Varios años después es la cabeza más
inquieta de un grupo de ética aplicada surgido en algunas universidades
de la Comunidad Valenciana, cuyos trabajos resuenan con insistencia en
los foros europeos.
¿Qué es un filósofo? ¿Una
especie de cura laico?
Respuesta. No, por Dios, no nos hunda más la profesión de lo que ya la
tenemos. La filosofía es el amor a la sabiduría y se supone que el filósofo
es el que busca la verdad y el bien de una manera desprevenida, sin
guardarse nada en la recámara.
¿Un filósofo no es casi
una arqueología analógica en el siglo XXI?
Desgraciadamente, el filósofo ha perdido muchas bazas en este siglo
porque no tiene demasiado tiempo para la reflexión. Ése es el gran
problema de la filosofía. Antes el filósofo tenía mucho tiempo y poca
información, y ahora la información nos desborda y tenemos poco
tiempo. Entiendo que hoy el filósofo es alguien que tiene que trabajar
con sociólogos, literatos... para tratar de hacer la articulación de
nuevos modelos filosóficos.
Usted insiste a menudo en
que la filosofía moral es más necesaria que nunca.
En estos momentos, desde diversos sectores empresariales y
profesionales, nos estamos dando cuenta de que son importantes una serie
de elementos morales que a veces se habían despreciado. Por ejemplo,
las empresas cada vez se dan más cuenta de que sin una confianza entre
los contratantes y los pactantes, sin una calidad del producto, sin unas
buenas relaciones entre las distintas empresas..., no funciona ni
siquiera el negocio. Las gentes se dan cuenta de que una cierta ética
vende, desde el punto de vista político, desde el punto de vista
empresarial y desde el punto de vista profesional.
¿Para qué sirve la ética?
Primero, para ser personas, que no es mal proyecto. Para eso hay que
tener ideales de justicia y de vida buena. La ética sirve para ser
justos y felices.
¿Por qué es usted una
activista de la ética?
Porque los seres humanos me interesan mucho y me parece que el mundo no
está hecho a su altura.
¿A mayor poder, menos ética?
Desgraciadamente es así. Creo, como los viejos anarquistas, que el
poder corrompe y que el poder absoluto corrompe absolutamente. Uno de
los grandes desafíos del siglo XXI es conseguir que la gente que tenga
poder tenga también ética. Que la ética llegue al poder será parte
de la salvación de la humanidad.
Estamos en una época en
que el poder tiende a concentrarse.
Se está concentrando mucho poder desde el punto de vista político,
pero todavía más desde el punto de vista empresarial.
¿Dónde se cumple menos
con la ética, en la política o en los negocios?
En este momento me resultaría difícil decirlo. Desgraciadamente, en el
terreno de la política, la obsesión por llamar la atención para
recabar votos hace que los políticos hagan cosas llamativas sin
pensarlas, y eso está reñido con la ética.
¿Si la ética abandona la
política está en peligro la democracia?
Totalmente. En este momento la democracia está muy en peligro porque a
los políticos se les piden pocas responsabilidades. Los políticos
deberían de dar cuenta y ser responsables de las cosas que hacen, y los
ciudadanos deberían ser más participativos.
¿La desconfianza hacia el
político se está consolidando como el principio de la democracia?
Desgraciadamente, porque entiendo que el principio de la democracia
debería ser el protagonismo de los ciudadanos. Los ciudadanos tienen
que darse cuenta de que la democracia es el gobierno del pueblo y que
los políticos tienen que ser unos coordinadores de las sugerencias, los
proyectos y las ilusiones de la sociedad.
¿La globalización es el
Apocalipsis o el Mesías?
Como decía Aristóteles, los venenos sirven para matar y los venenos
sirven para sanar. Todo depende de cómo se empleen y con qué metas. La
globalización es, o bien la gran ocasión para hacer una ciudadanía
cosmopolita, donde el universo sea la ciudad de todos y todos se sientan
ciudadanos, o sencillamente la culminación de un proceso en el que cada
vez se abre más el abismo entre pobres y ricos, entre países que ya no
interesan a nadie y países en los que la gente se lanza a consumir como
loca.
¿El consumismo ha
sustituido a alguna doctrina?
Sí, es la doctrina número uno, y además lo que nos une a todos cada
vez más no es ser personas, sino ser consumidores. Me gusta mucho esa
expresión de Rifkin que dice que nuestra etapa
es aquella en que ha triunfado el capitalismo porque ha conseguido
llevar todo nuestro tiempo a la arena comercial. Podemos comprar a
cualquier hora del día, de la noche, por Internet, en una gran
superficie... Somos consumidores de raíz.
¿El consumismo es un síntoma
de que el egoísmo le ha ganado el pulso a la solidaridad?
Es una forma de vida que hace prácticamente imposible la solidaridad.
Cuando hay una forma de vida en la que lo que da la felicidad es ir de
compras, porque la gente ya no va a comprar esto o lo otro, sino de
compras como un fin en sí mismo, que el de al lado tenga o no tenga, o
se esté muriendo de hambre, es que ni se considera. El consumismo ha
expulsado a la solidaridad.
¿A qué responden las
movilizaciones antiglobalización?
A un profundo sentimiento de que la globalización, tal y como se está
produciendo, no es humanizadora. Pero creo que esos movimientos deberían
dar alternativas. Ganarían mucho más si en vez de decir no, que no
tiene sentido porque la globalización va a seguir, dijeran sí, pero de
esta manera. Nos estamos jugando el futuro en el cómo.
¿Qué exigencias debería
imponer la ética ante la brecha abierta por la secuenciación del
genoma?
Muchísimas, pero no en el sentido alarmista de la gente que imagina un
futuro terrorífico, sino más bien de pensar las cosas con serenidad.
La globalización nos ha llevado al corto plazo, y en temas como el del
genoma el corto plazo puede ser terrible. Si una empresa ha gastado una
enorme cantidad de dinero para patentar un gen, no está dispuesta a no
comercializarlo inmediatamente. Cuando hemos entrado en la
comercialización, todo se vuelve imparable. Más aún porque hay países
que tienen capacidad adquisitiva para patentar genes y otros que no la
tienen, con lo que los países subdesarrollados cada vez son más
dependientes. En este proceso me parecen más responsables los científicos
que las empresas, porque los investigadores son partidarios de las
moratorias y de agotar todos los plazos hasta ver los resultados,
mientras que la industria quiere rentabilizar enseguida la operación
sin esperar.
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